viernes, 26 de agosto de 2016

Ruta: Cascada del Xurbeo (Murias de Aller)


En agosto, realizamos la ruta del Xurbeo de Murias (Aller). Tiene dos km (ida y vuelta) y se tarda media hora en ir y otra media en volver. Aunque tiene alguna cuesta algo inclinada se sube bien y el camino en general, esta bastante cuidado. Yo no la recomendaría para hacerla en invierno o en otoño, ya que hay tramos donde el camino no es muy ancho y no hay ningún pasamanos, y puede ser algo peligroso si el suelo esta mojado y lleno de hojas. 

El camino esta señalizado con unas lineas blancas y amarillas además de algún poste con flechas. La ruta comienza en el margen derecho de la carretera, a la entrada de Murias viniendo desde Moreda. Tiene un cartel grande de color rojizo con todos los datos de la ruta. Nosotras como no teníamos coche, fuimos desde Moreda hasta Murias en taxi (tarifan 1.5 el km es decir Moreda-Murias: 9 km total 13.5 euros).  Para volver se puede coger el autobús línea Moreda-Santibañez de Murias que tiene la parada justo al inicio de la ruta (para ver los horarios pincha aquí)
Sin duda, una ruta clásica allerana que merece la pena hacer. 

Breve historia del Astillero del Cantábrico

En el año 1855 se inaugura el ferrocarril de Langreo y con ello Gijón se coloca definitivamente en el camino de la industrialización. Con el ferrocarril llegará a la ciudad un aprovisionamiento económico y regular de carbones procedentes de Langreo y Siero. Gijón, con su pequeño puerto, se convierte en la vía de salida de buena parte de los carbones asturianos, creándose las condiciones necesarias para que en la ciudad se desarrolle una industria moderna. Todos aquellos sectores industriales que requieren grandes consumos de carbón tienen ahora la oportunidad de desarrollarse en la, hasta aquel momento, pequeña villa del Cantábrico.

La llegada de combustible provocó un rápido crecimiento en la ciudad del sector metalúrgico, un sector que desde el primer momento tropezó con dos importantes problemas: la insuficiencia de los capitales locales y regionales y la falta de técnicos.

En este ambiente de expansión se puso en marcha, en 1859, una pequeña fundición emplazada junto a la Puerta del Infante en lo que entonces era el límite de la ciudad. El nombre de la fundición, Hulton y Cía, pone de manifiesto la constante presencia de técnicos y capitales foráneos en estos primeros pasos de la industrialización gijonesa. Esta fábrica era una modesta instalación que daba trabajo a 24 obreros.

En 1861 la joven esposa del señor Hulton fallece acosada por la iglesia católica para su conversión, un caso este que traspasó nuestras fronteras y tuvo su eco en la prensa nacional. A partir de este momento dejamos de tener noticias del establecimiento hasta que a finales de la década, en 1868, se recoge en la publicación La Marina Española una referencia a la participación de una fundición gijonesa de los señores Cifuentes y Caveda en la exposición de París de 1867:

 “Es cierto que allí sólo se presentó una máquina de los Señores Cifuentes y Caveda, de Gijón, y algunos modelos, planos, dibujos y memorias de obras de puertos pertenecientes al Ministerio de Fomento”.

Por tanto creemos que en esta fecha la fundición ya había cambiado de manos, apareciendo Anselmo Cifuentes como uno de los propietarios. Podemos ya percibir con claridad la vocación de la empresa que parece desear orientar, al menos en parte, su trabajo hacia la fabricación de maquinaria para buques. Esta noticia pone de manifiesto también el escaso, casi nulo, desarrollo de la construcción naval en España y cómo Gijón, y la empresa de Cifuentes, estuvieron desde los primeros momentos comprometidos con esta actividad industrial. 
A comienzos de la década de 1870 la empresa aparece con el nombre Fundición Anselmo Cifuentes y sigue dedicándose a la fabricación de maquinaria y estructuras metálicas en general. La fábrica seguía en el mismo emplazamiento y disponía sus modestos talleres en torno a un pequeño patio.
A comienzos de la década de 1880 Anselmo Cifuentes decidió orientar la producción de su establecimiento a la construcción de barcos de vapor con casco metálico, para lo que adquirió en 1882 unos terrenos junto al mar, en el Natahoyo. En ellos pretendía instalar un pequeño astillero y construir un dique seco. En estas fechas los empresarios particulares dedicados a la construcción naval eran muy pocos, dado que la mayor parte de las compañías navieras seguían adquiriendo sus buques en Gran Bretaña y la inversión requerida para instalar un dique seco era cuantiosa y todavía con pocas garantías de éxito.
Aunque en 1885 el diario de Madrid El Imparcial esperaba que el comienzo de las obras del dique y los nuevos talleres fuera inminente, lo permisos de obra seguían sin emitirse. En 1886 la situación permanecía igual. De hecho, un cronista de la época sugería que los retrasos se debían a los enfrentamientos políticos dentro de la Villa.

Anselmo Cifuentes, dispuesto a alcanzar su sueño de orientar la producción de su establecimiento a la fabricación de vapores con casco de hierro, decidió emprender la construcción de un pequeño buque en su pequeño establecimiento de la Puerta del Infante. La falta de espacio le obligó a montar el barco fuera de la fábrica y a conducirlo posteriormente al mar, con ayuda de 40 bueyes, a través de las calles de la ciudad. En 1886 eran ya dos los buques construidos, pero los permisos de obra no acababan de llegar.
En 1888 comenzó por fin el traslado de los talleres a la playa del Natahoyo. La empresa cambió de nombre con la incorporación de un nuevo socio, que se encargaría de la dirección técnica: Cifuentes, Stoldtz y Cía (s. en c.). Además de nuevos talleres para las construcciones metálicas en general, construyó un dique seco, tarea compleja en aquellos años en la que se empleaban habitualmente un mínimo de 2 ó 3 años. El nuevo dique (de 87 metros de largo, por 14 de ancho y 5,20 de calado) se inauguró en 1892, fecha en la que el conjunto del establecimiento ocupaba unos 14.000 metros cuadrados, dando empleo a unos 150 trabajadores.

Para valorar bien la iniciativa de Anselmo Cifuentes y su nuevo socio, debemos tener presente que los primeros barcos de guerra realizados en España íntegramente de hierro, siguiendo modelos de otros buques encargados a los astilleros ingleses, tienen su origen en las R.O. de 1882 y 1883, que encargan estas construcciones a los astilleros reales de La Carraca, El Ferrol y Cartagena.
En el nuevo establecimiento de Cifuentes, Stoldtz y Cía. La construcción y reparación de buques debía ser una actividad fundamental, pero en combinación con la construcción de máquinas, calderas, grúas y materiales mineros. En este establecimiento se construyeron varias grúas de vapor para los muelles gijoneses, calderas para las fábricas de vidrio de Gijón y Avilés, materiales de vías y para planos inclinados de las explotaciones del Marqués de Comillas en Ujo, etc. De estos talleres salieron por tanto, buena parte de las construcciones metálicas de las industrias de la provincia.
En 1894 el diario El País publicaba esta referencia al establecimiento:

 “(…) la fábrica “El Dique” está recomendada en las guías de Gijón como uno de los centros fabriles dignos de verse, y es visitada por todos aquellos forasteros que no van solamente a darse tono y á lucir sus más o menos formas esculturales en la playa.”

Aunque Anselmo Cifuentes apenas pudo ver finalizada su obra al fallecer en 1892, la empresa continuó sus trabajos con éxito, alcanzando su momento álgido en la Exposición Gijonesa de 1899.


En enero de 1901 El Dique pasó a formar parte de la Sociedad Española de Construcciones Metálicas junto con la Maquinista Guipuzcoana de Beasain, los Talleres Zorroza de Bilbao y la Constancia de los Hermanos Caro de Linares. La nueva sociedad, con sede en Bilbao y oficinas y administración en Madrid, potenció los establecimientos de Beasain y Zorroza y construyó una nueva y moderna fábrica en Madrid, mientras que los establecimientos de Gijón y Linares apenas vieron modificadas, por el momento, sus instalaciones tradicionales.
En 1901 la superficie de la fábrica gijonesa llegaba a los 15.942 metros cuadrados que incluían un taller de calderería, un taller de fundición de hierro y bronce, un taller de modelos y el dique.

De la mano de la Sociedad Española de Construcciones Metálicas, el Dique continuó su actividad sin grandes cambios hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. En estos años la construcción naval española generó un volumen de negocio tal, que muchas empresas de transformados metálicos desplazaron sus intereses hacia la fabricación de buques. Así en la bahía gijonesa la antigua Sociedad Riera y Cía se transforma en Astilleros Riera en 1917 y establece sus astilleros en la playa del Arbeyal. La Constructora Gijonesa, que había trabajado también ocasionalmente en la construcción de buques desde 1909, cede parte de sus instalaciones al Conde Mieres para impulsar la construcción de buques, dando paso a la nueva empresa Astilleros de Gijón.

Es en estos años cuando se ocupará intensamente el espacio marítimo de la ciudad, llegando incluso a establecerse una clara rivalidad entre las empresas por la apropiación de los espacios entre los muelles del Fomento y la Playa del Arbeyal. Los antiguos talleres del Dique quedaron en este momento limitados para una futura expansión: por el Oeste la Sociedad Industrial Asturiana ocupará 139.000 metros cuadrados entre el Dique y el monte Coroña; por el Este se establecieron los Astilleros de Gijón y por el Sur limitaba la expansión la carretera. 

Si a esto añadimos el río Cutis, canalizado al este del Dique, podemos comprender la penuria de espacios que afectó al astillero a partir de este momento. En 1918, aprovechando el auge de la construcción naval y teniendo en cuenta las limitaciones espaciales de las que hemos hablado, la Sociedad Española de Construcciones Metálicas instaló dos nuevas gradas para la construcción de buques y prolongó ligeramente el dique.

Al finalizar la Gran Guerra la construcción naval se contrajo, de forma tan repentina y acusada, que se produjeron cierres y despidos masivos en los astilleros españoles. La Sociedad Española de Construcciones Metálicas estaba atravesando serias dificultades económicas que la llevaron a cerrar parte de sus establecimientos.

En enero de 1924 parece probable que los talleres de El Dique gijonés estuvieran ya paralizados. En octubre de ese mismo año la Fábrica Moreda y Gijón alquiló los antiguos talleres de El Dique para instalar en ellos producciones metálicas orientadas al abastecimiento de materiales mineros.
En 1926 los Astilleros de Gijón, que habían conseguido sortear mejor la crisis, se hicieron cargo del antiguo Dique Seco, que seguía siendo propiedad de la Sociedad Española de Construcciones Metálicas. En estos astilleros se fabricaron un buen número de motonaves a comienzos de la década de 1930 que, como la mayor parte de la producción de los astilleros gijoneses estuvo orientada a abastecer a las empresas asturianas de pequeños buques para la navegación de cabotaje. En 1933 también los Astilleros de Gijón se ven afectados por la crisis económica que desde Estados Unidos se ha extendido por Europa y se ven obligados a cerrar sus instalaciones en marzo.

Apenas un año después, en 1934, aprovechando las antiguas instalaciones del Natahoyo, se pone en marcha una nueva empresa dedicada a la construcción naval: Astilleros del Cantábrico. En 1935 la empresa seguía realizando pequeñas obras, pero sin perder la esperanza de conseguir encargos de la Armada. Con el estallido de la Guerra Civil la actividad del astillero debió quedar prácticamente paralizada, pero las autoridades seguían mostrando interés por las antiguas instalaciones en las que la Consejería de Industria pretendía poner en marcha un astillero capaz para buques de 1.000 toneladas, pero teniendo en cuenta del desarrollo de la guerra esta iniciativa nunca llegó a ponerse en marcha.

Al terminar la Guerra Civil Duro Felguera se hará cargo de las instalaciones del antiguo Dique. En ese momento “las techumbres de los talleres estaban derruidas, las compuertas del Dique inutilizadas, la grada abandonada y muchas máquinas también inservibles”. La empresa se vio obligada a remodelar el astillero para ponerlo de nuevo en activo: se construyeron dos gradas de 80 y 90 metros respectivamente, se adquirieron grúas eléctricas y se electrificó la grúa todavía existente y se prolongó el dique hacia el norte 16 metros.

Esta remodelación de 1941 marcaría el límite de lo que podemos considerar el astillero histórico. Aunque no disponemos de un plano detallado correspondiente a dicha remodelación, podemos estudiar algunos de los componentes de las viejas instalaciones a través del plano de 1955. En él podemos observar no uno, sino dos diques, el más pequeño de los cuales ya ha desaparecido. También podemos ver que algunas de estas naves e instalaciones permanecen aún en pie en el mismo lugar en que se hallaban cuando se levantó en 1936 el plano de la figura 1 para señalar las gradas construidas en 1918.

Esta parte antigua del astillero, en la cual aún podemos ver naves construidas con muros de sillería del modo en que se hacía a finales de la década de 1880, es la que merece toda nuestra atención y la que debe ser preservada junto con parte de la maquinaria y el archivo que pueda conservarse.


sábado, 13 de agosto de 2016

La misión secreta de Numa Guilhou

El empresario que impulsó Fábrica de Mieres fue enviado por Napoleón III para convencer al general Prim de la inconveniencia de nombrar al príncipe prusiano Leopoldo Hohenzollern como rey de España 

Hace bastante tiempo que tengo ganas de contarles esta curiosa historia. Se trata de un enredo político con mal final, que tuvo uno de sus protagonistas en Numa Guilhou, el hombre clave de nuestra industrialización. Ocurrió unos meses antes de que el capitalista se estableciese definitivamente en Mieres, tomando una decisión en la que seguramente influyó lo que les voy a contar en las líneas que siguen.


Vamos a situarnos en 1868, tras la Revolución que derrocó a Isabel II. Los españoles tenían claro en aquel momento que no querían volver a ver por aquí a los Borbones, pero, buscando el relevo, en el país había opiniones para todos los gustos: los carlistas luchaban por su nuevo pretendiente; la ex reina conspiraba desde Francia para mantener la dinastía y los republicanos proclamaban la independencia de algunos municipios y firmaban pactos federales. Mientras tanto, en Madrid se consideraba que lo más sensato era seguir con la monarquía, pero dejándola en manos de otra familia más honrada y así comenzó el espectáculo singular de buscar un candidato para nuestro trono.


La cosa no era sencilla. Hubo partidarios de convertir en rey a algún héroe nacional como Espartero o el general Serrano; por su parte los progresistas se fijaron en el rey Fernando de Portugal, quien en medio de grandes dudas se negó a la aventura; los conservadores insistían en seguir la línea dejándola en manos del príncipe Alfonso y los unionistas encabezados por el brigadier Topete apostaron por el duque de Montpensier, quien fue creciendo en apoyos.


Pero cuando parecía viable que la corona fuera para él o su esposa Luisa Fernanda, su mala cabeza le hizo aceptar un duelo con don Enrique de Borbón. En aquel lance, don Enrique perdió la vida y el de Montpensier el trono. Entonces los progresistas se inclinaron por don Tomás, duque de Génova y nieto de Víctor Manuel, que no obtuvo el permiso materno y prefirió quedarse en casa. Por fin alguien puso sobre la mesa el difícil nombre de Leopoldo Hohenzollern Sigmaringen, príncipe católico de Prusia, aunque los castizos no tardaron en españolizar estos apellidos impronunciables y el prusiano pasó a ser conocido en las calles como Leopoldo Olé-Olé si me eligen.


Al margen de este lío, al otro lado de la frontera, Francia estaba regida en aquel momento por un hombre singular, Luis Napoleón Bonaparte, proclamado emperador con el nombre de Napoleón III y conocido por los amantes de la zarzuela por ser el marido de la española Eugenia de Montijo. Con ella tuvo un hijo que murió joven poniendo fin a la dinastía Bonaparte cuando la lanza de un zulú le alcanzó en una emboscada que le tendieron en Sudáfrica, pero como esto se aleja de mi historia, me ahorro los detalles morbosos.


Volviendo al emperador, antes de coger su cetro había sido elegido presidente de la II República francesa tras la revolución de 1848, pero al notar que contaba con el apoyo de las clases populares, acabó transformando el Estado en una monarquía hereditaria, eliminó la oposición republicana y socialista e instauró un régimen autoritario rodeándose de un puñado de fieles que a la vez le servían de consejeros.


Ahora, seguramente les sorprenderá conocer que entre estos estaba Numa Guilhou, un hombre rico, descendiente de una familia de comerciantes de lana de Mazamet, cerca de Toulouse, pero que había sabido hacer crecer sus inversiones amparado por la protección imperial, diversificando sus actividades industriales y bancarias, junto a su hermano Louis, quien ya en 1848 poseía en Madrid su propia compañía de negocios, varios establecimientos comerciales y una gran extensión de terreno en la zona de Chamartín.


Los Guilhou eran conocidos y respetados en París y no tardaron en serlo también en España donde el dinero les abrió muchas puertas; A Numa le interesaba la política y gustaba del trato con los progresistas; además admiraba el valor del general Prim, del que conocía sus andanzas porque a mediados del siglo XIX los ejércitos francés y español había compartido trinchera en varias guerra coloniales, así que se las arregló para conocerlo y pronto trabó con él una fuerte amistad que le iba a servir para ayudar a su país cuando la patria se lo demandó.


Al conocerse en Francia la posibilidad de que Leopoldo Hohenzollern fuese proclamado rey de España, saltó la alarma. Aún no está claro si fue el general Prim quien le hizo la propuesta al Primer Ministro Otto von Bismarck o si fue este quien la puso sobre la mesa para tensar de esta forma las relaciones entre Prusia y Francia, pero Napoleón III no tardó en oponerse enérgicamente al considerar que si el pacto se cerraba, su país podía quedar atrapado en medio de una pinza, con miembros de una misma dinastía enemiga flanqueando sus fronteras.


El hecho es que el general español se desplazó en persona para mantener una entrevista con el príncipe Carlos Antonio de Hohenzollern y ofrecerle la posibilidad de que su hijo fuese rey de España. Cuando se supo en París se decidió hacer un último intento por vía diplomática antes de que la decisión se consumase. La gestión no debía tener carácter oficial y era necesario que quien la llevase a cabo fuese un hombre templado y reconocido en los dos estados. Numa Guilhou cumplía estas condiciones y tenía un trato preferente con los dirigentes de ambos países, lo que le convirtió en el personaje idóneo para convencer a Prim de que si un prusiano se sentaba en el trono español, nada podría impedir una guerra.


Parece que la misión de Numa fue un éxito, ya que la candidatura se retiró, pero desgraciadamente la mala gestión de los políticos que carecían de la prudencia del industrial y no supieron poner el punto final a aquel asunto, hizo que finalmente la guerra se produjese.


La crisis estalló a finales de junio de 1870, porque el canciller Bismarck volvió a insistir en la candidatura. Entonces, por orden del Duque de Gramont, Ministro de Asuntos Exteriores francés, el Conde Vicente Benedetti, embajador en Prusia, se dirigió al propio al rey Guillermo de Prusia en el paseo del Kursaal de la ciudad de Ems, lugar de residencia y vacaciones de la casa real prusiana, exigiéndole una garantía oficial de que él nunca aprobaría la candidatura de un Hohenzollern al trono español.


Dicen que el monarca rechazó acceder a esta demanda de una manera enérgica pero sin perder la compostura, aunque mandó un telegrama informando del encuentro a Otto von Bismark. A partir de este momento, las opiniones entre los historiadores difieren, aunque está claro que el llamado «telegrama de Ems» fue el documento que echó abajo todo el esfuerzo de Numa Guilhou cuando se dio la orden de reenviarlo a la prensa y a las embajadas de toda Europa, dando inicio al conflicto bélico.


Al parecer el texto que el rey había redactado inicialmente, no coincidía con el que el primer ministro hizo público. Se desconoce si Guillermo dio su permiso para alterarlo o fue el belicoso Bismark quien tomo la decisión por su cuenta, pero los adjetivos elegidos por el monarca para describir el episodio se cambiaron por otros más gruesos de forma que al leerlo daba la impresión de que entre el embajador y el soberano se habían cruzado insultos que ofendían gravemente a ambos países.


El canciller prusiano sabía que en una guerra Francia tenía todas las de perder y seguramente por eso forzó la reacción de Napoleón III que no tuvo otro remedio que declararla para salvar su honor. El conflicto se inició el 19 de julio de 1870 y concluyó menos de un año más tarde con la caída del emperador francés y la llegada de la tercera república francesa que tuvo que ceder los territorios de Alsacia y la Lorena y pagar una indemnización de cinco mil millones de francos. Por su parte, Alemania, reunificada gracias a Bismark, se convirtió en el país más poderoso de la Europa continental.


Napoleón III, el último emperador francés, murió en Gran Bretaña en enero de 1873. El general Juan Prim, cayó el 30 de diciembre de 1870 por las heridas sufridas en un atentado tres días antes de que llegase a España un nuevo rey, el italiano Amadeo de Saboya, que solo se mantuvo en el trono entre 1870 y 1873, dando paso a la I República.


Numa Guilhou dejó este mundo en 1890, a los 73 años. En su necrológica, el diario «La Época» fue el único que hizo referencia a este episodio: «Contrajo íntima amistad con el general Prim y era a la vez hombre de confianza de Napoleón III. Intervino en varios sucesos políticos, cuando la candidatura Hohenzollern vino a Madrid precipitadamente con una misión para el general que habría logrado impedir la guerra entre Alemania y Francia sin las ligerezas de Grammont y Benedetti. Destronado el emperador, retirose a Asturias donde adquirió la Fábrica de Mieres que reorganizó por completo poniéndola a la altura de las primeras fundiciones de Europa». Así fue.

Texto de Ernesto Burgos para La Nueva España

viernes, 5 de agosto de 2016

Juegos tradicionales: los bolos asturianos

El de los bolos es el juego tradicional de más relevancia en la historia de Asturias y parte fundamental de la cultura asturiana. De muy antiguo origen (el primer documento que se ha conservado sobre los bolos asturianos data de 1495, alusivo a una partida celebrada en el ovetense campo de San Francisco), en los siglos XIX y buena parte del XX está contrastada su popularidad, siendo el principal entretenimiento de las clases populares. Existen referencias de la existencia de centenares de boleras en toda Asturias, con frecuencia situadas junto a las iglesias o en chigres y bares de toda la comunidad. El valor cultural de los bolos no se circunscribe únicamente al juego en sí, sino que engloba otros saberes que lo enriquecen culturalmente y lo hacen posible, caso de la propia confección de los bolos (selección de la madera, talla de los bolos y bolas…, en el que además existen diversas modalidades.
El Servicio de Patrimonio Cultural del Principado de Asturias elaboró un sencillo informe resumiendo la historia y variedades de los bolos asturianos. Puedes leer este informe pinchando aquí

viernes, 29 de julio de 2016

Visita al Poblado Minero de Bustiello (Mieres)

Visita 100% recomendable. María Fernanda es una guía excelente y el poblado, una maravilla. La entrada son 5 euros por persona pero si sois más de 4 personas, la entrada son 4.50. En caso de no tener coche, podéis ir en tren hasta Mieres-Puente y después coger un autobús urbano (línea 3: Mieres-Valdefarrucos). Más información sobre los horarios aquí. Os dejo un texto de "El viajero" de El País sobre esta visita:

Bajo el frondoso verde oscuro, en los intricados valles de las cuencas mineras asturianas, duerme el negro del carbón. Durante generaciones, empresas de diferente índole han horadado la tierra para arrancarlo de la roca y extraer su energía. Es una tierra cuya superficie parece haber sido rizada por la injusticia, la explotación y la lucha. Los abuelos de los actuales mineros, que protestan por la posible desaparición del sector si no se hacen efectivas las ayudas acordadas, lucharon en la Revolución de 1934 y en la Guerra Civil, y sus padres en las inopinadas huelgas de 1962, La Huelgona, con el franquismo enfrente. Ahora es su turno. Las cuencas han sido tradicionalmente un polvorín, fuente de fuerte conflicto social. Pero hubo alguna ocasión en la que alguna empresa quiso crear una utopía para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores… ¿o para lavarles el cerebro?

En la ribera del río Aller, al borde del concejo de Mieres, en la Montaña Central asturiana, está el poblado minero de Bustiello. Visto desde fuera llama la atención el orden estricto en el que están construidas las casas uniformes, la iglesia neorrománica, el antiguo Casino, la escuela o las antiguas residencias de los ingenieros; un orden que no se aprecia en el destartalado caos de los pueblos cercanos.

Y es que Bustiello, este pueblecito de aspecto apacible, sobre todo en esos días en los que la sempiterna nube asturiana deja pasar los rayos del sol, fue construido bajo estricta planificación para cumplir los alucinógenos sueños de don Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas y, a la sazón, dueño de la empresa Sociedad Hullera Española en los comienzos del siglo XX. Su padre, Antonio López y López fue un joven cántabro de baja extracción social que hizo fortuna, primero como indiano, y luego con un holding de empresas navieras y de ferrocarril, entre otras. El primer marqués necesitaba una fuente de energía para alimentar a sus barcos de la Compañía Trasatlántica y sus trenes de Ferrocarriles del Norte (embrión de Renfe), así que compró la empresa minera, una de las primeras explotaciones de la cuenca asturiana y después… falleció.

El segundo marqués, que estaba más preocupado por una vida religiosa y espiritual, tras la muerte del primogénito de la familia, se vio en el trance de manejar lo negocios familiares. Debió decirse algo como: si yo no puedo ir solo hacia Dios, lo haré con mis empresas. Bustiello fue ese pueblo donde la rectitud cristiana imperaría, donde el obrero sería bien tratado y daría ejemplo, en una época en las que las condiciones de trabajo de los mineros eran lamentables, con extenuantes jornadas laborales, sueldos de miseria y seguridad nula.

Así, Bustiello se construyó entre 1890 y 1925 en unos terrenos comprados por el marqués. La orografía del lugar fue modificada para representar las jerarquías que se establecían: se formaron colinas para que la Iglesia y los edificios públicos estuvieran en el nivel más alto, dominando el pueblo; en un segundo nivel se edificaron las casas de los ingenieros, y abajo del todo las viviendas de los trabajadores, viviendas adosadas de dos en dos, para dos familias con jardines independientes. Desde la casa que ocupó el ingeniero don Isidro, hoy día transformada en Centro de Interpretación, se tiene una buena visión panóptica de las casas de las 40 familias seleccionadas que vivían en aquella utopía cristiana. “Además”, explica Fernández, “era un pueblo cuya única salida al exterior era el puente que pasa sobre el río, con un guarda constantemente controlando el paso. Es un pueblo aislado del mundo alrededor que, literalmente, se podía cerrar”.“El marqués en realidad quería formar un concejo minero con los territorios por donde se extendía su empresa, pero ante la imposibilidad política de hacerlo (pertenecían a otros concejos como Mieres, Lena o Aller) construyó en el centro su capital: Bustiello. Era como un faro moral en el corazón de la cuenca, quería mostrar como serían las cosas sí se hacían como él quería”, explica la historiadora y guía turística del Centro de Interpretación del Poblado Minero de Bustiello María Fernanda Fernández. Aquí viviría una elite minera que sería ejemplo para los demás y estaría alejada de los sindicatos subversivos y “peligrosos”.

Eran los tiempos de la encíclica De Rerum Novarum del papá León XXIII que instaba a las mejoras en la condiciones de vida de los trabajadores dentro del capitalismo más salvaje y, claro está, lejos del movimiento obrero revolucionario, y la iniciativa del marqués de Comillas fue muy aplaudida. Aparte del mero interés cristiano podía haber otros factores que animasen al marqués en la construcción de su sociedad perfecta: el control de los obreros, alejándolos de los sindicatos socialistas como SOMA (Sindicato de Obreros Mineros de Asturias) de Manuel Llaneza, y amparándolos en su propio sindicato, el SOC (Sindicato Obrero Cristiano) y también el llamado “pietismo burgués”: los burgueses sin raigambre de la época querían equipararse al prestigio de la nobleza y la aristocracia practicando la filantropía, según explica María Fernanda Fernández.

En Bustiello se podía beber, pero no alcohol, se podía leer, pero solo el periódico que publicaba el Marqués, y, en el piso de arriba de la taberna, estaban los guardas por si había que bajar a amedrentar a algún díscolo. Sin taberna, o con una antitaberna en aquellas condiciones, el espinazo social estaba roto. Por supuesto, en la escuela se adoctrinaba para criar obreros dóciles. Hoy en día la taberna y una de las casas de los ingenieros se ocupan por residencias de la tercera edad. Por su parte, la antigua escuela es un albergue de juventud, bastante útil para los esquiadores ya que el Poblado está de camino al concejo de Aller, donde se encuentran todas las pistas de esquí asturianas. ¿Entonces, se vivía bien en Bustiello? “Cada cual valora unas cosas y en Bustiello se perdía mucha libertad. Pero lo cierto es que el bienestar era muchísimo mayor que en el resto de los pueblos mineros, donde las condiciones eran realmente duras”, cuenta la historiadora.“Bustiello era una jaula de oro que desde fuera unos miraban con envidia y otros con recelo”, explica. Los mineros que vivían aquí, seleccionados entres miles de trabajadores, mayormente capataces, vigilantes, barreneros y picadores (estos últimos piezas esenciales sin cuyo concurso podría pararse la producción fácilmente), tenían que pagarle el alquiler y los productos del economato a la empresa, y disponían de un terreno delante de casa para que no tuvieran que volver a su pueblo a coger manzanas o plantar lechugas, y así el desarraigo fuera total. El Casino funcionaba como una antitaberna: en las tabernas al uso los mineros pasaban su tiempo de ocio bebiendo sidra, y muchas veces conspirando entre soflamas revolucionarias.

El Poblado es una mezcla entre los company towns británicos de la época en lo socioeconómico (es decir un pueblo de la empresa) y una ciudad jardín francesa en su urbanismo, en el que se mezclan elementos de la arquitectura modernista catalana y elementos tradicionales asturianos. Bustiello, y el experimento social que cobijó en su seno, es un ejemplo paradigmático de lo que se ha llamado paternalismo industrial, ese movimiento en el que las caritativas empresas se ocupaban de sus empleados como de hijos que nunca crecían. En 1970 las casas en arriendo fueron vendidas a sus inquilinos, algunos vendieron posteriormente su propiedad, otras familias mineras, así que ya no es un pueblo netamente minero.

Los conflictos mineros continúan, como el recuerdo de Bustiello: una estatua del Marqués de Comillas, con un obrero tendiéndole un ramo de flores en señal de agradecimiento, recibe al visitante. Alguien ha pintado una bandera republicana sobre la estatua. “Este lugar sigue vivo en el corazón y la memoria de los lugareños”, dice Fernández, “todavía hay alguien que, en mitad de la noche, se molesta en venir hasta aquí para pintar una bandera republicana sobre el Marqués”.En el Centro de Interpretación se puede concertar también una visita al poblado con guía. Un buen complemento a la visita a Bustiello es la visita al Pozu Espinos, un ejemplo de explotación minera, tanto de montaña (horadando galerías en las laderas), como vertical (horadando el suelo en profundidad), que se encuentra en el cercano valle de Turón, tal vez el de mayor tradición minera, donde se puede conocer el funcionamiento de la mina y las duras condiciones en que trabajan los que bajan a por carbón.

El caso del complot imposible

Las personas arrestadas en las Cuencas en 1933, tras el robo de los archivos de la Unión de Amigos de la Unión Soviética en Madrid
Serían las once de la mañana del día 14 de julio de 1933, cuando tres pistoleros penetraron en la flamante sede que la Unión de Amigos de la Unión Soviética tenía abierta en avenida de Eduardo Dato de Madrid, y tras encañonar al catedrático Wenceslao Roces y a su ayudante, que se encontraban trabajando en la oficina, procedieron a destruir sus archivos llevándose los ficheros de las organizaciones provinciales y locales de la organización, que había sido legalizada dos meses antes. Luego, tras atar a los dos hombres, los asaltantes colocaron en la pared una circular firmada por las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista y se fueron.
Poco después, entre el 19 y el 22 de julio, se produjeron en toda España más de 3.000 arrestos bajo la acusación de estar implicados en un complot para acabar con la República.
Hay quien vio esta actuación policial como un medio expeditivo para conocer hasta dónde llegaba la implantación del fascismo que se extendía rápidamente por toda España y la verdad es que puede ser la única explicación a la gran redada, que se cuenta como uno de los patinazos inexplicables del Gobierno en aquellos años difíciles, pero el argumento se complica cuando sabemos que entre los arrestados había derechistas de toda idea y condición, incluyendo falangistas, monárquicos y carlistas, y junto a ellos conocidos militantes del anarcosindicalismo.
Así, como lo están leyendo. Un complot en el participaban en comandita los dos extremos, que por razones muy diferentes se oponían a que el régimen republicano pudiese echar raíces sólidas en el país.
Lo cierto es que este hecho histórico tuvo una secuela en la Montaña Central y por eso lo recordamos en esta página donde poco a poco tratamos de reconstruir ese pasado que todavía guarda muchos secretos, porque aquí, el día 25 de julio, fueron detenidos en la cuenca del Nalón una veintena de hombres entre los que se encontraban los dos corresponsales en Sama y La Felguera del diario "Región", preferido por los lectores conservadores, y a su lado varios obreros significados por su afiliación a la Confederación Nacional del Trabajo.
Tres días más tarde, la mayor parte ya fueron puestos en libertad sin cargos y como "Región" atribuyó en un principio la acción policial a un comentario que se había publicado sobre lo que estaba sucediendo con el complot, la noticia fue recogida con detalle y ahora podemos conocer la mitad de estos nombres -los de derechas-, aunque no los de los libertarios que los acompañaron. Veamos la reseña que se publicó en portada aquel viernes 28 de julio:
"Seis de los detenidos de Sama y La Felguera en libertad. Continúan sin conocer el motivo de la detención. A las once de la noche de ayer fueron puestos en libertad seis de los detenidos en Sama y La Felguera. Son los siguientes: don Luis Miravalles, don Sebastián Sánchez, don Eladio Rodríguez Morilla, don José Manuel Llaneza, don José Antonio López García y don Alfredo Junquera, los cuales se hallaban muy agradecidos por las muchas atenciones que han recibido en la Cárcel Modelo, habiendo sido muy visitados por crecido número de personas. También fueron puestos en libertad seis sindicalistas.
De los detenidos en Sama aún continúan en la cárcel don Antonio Salazar, don José Álvarez Blanco, don Mariano Blanco Fernández, don Francisco Fernández González, don Ignacio Barros y don Juan Román Salinas. Ni a unos ni a otros se les ha tomado declaración y continúan sin saber a qué obedecen las detenciones".
Luego seguían dos breves párrafos en los que se anunciaba que la brigada social también acababa de retener al joven Avelino González Canga mientras se registraba su casa sin ningún resultado y que la Juventud Católica de Turón había enviado al gobernador un telegrama protestando enérgicamente por la detención de sus colegas felguerinos, firmado por César Gómez, Pablo Martínez, José Gómez y José Muñiz.
Álvarez Blanco, el corresponsal, volvió a su casa el día 30 y poco después fueron saliendo sus compañeros, pero nunca se supo de qué se les acusó ni qué se buscaba en los registros, ni nosotros lo sabemos ahora.
Esto sucedió en nuestra casa, pero en el resto del país todo sucedió más o menos igual y si comparamos las informaciones de distintas provincias no encontramos más que un cambalache absurdo en el que se mezclan las detenciones y los registros más dispares. En Sevilla se clausuró el semanario tradicionalista "El Observador" junto a tres ateneos libertarios y cinco centros afectos a la CNT mientras por toda Andalucía se sucedieron arrestos tan pintorescos como los del canónigo del Sacro Monte, el superior de los jesuitas de Cádiz, curas párrocos, abogados, militares, catedráticos derechistas, el director del "Diario de Jerez" y numerosos sindicalistas.
Incluso en Málaga un concejal comunista arremetió contra todo y contra todos considerando que las detenciones eran la evidencia de que había escuadras fascistas socavando las corporaciones, desconociendo que en Valencia habían sido detenidas treinta personas, entre las cuales iban codo con codo el marqués de Torrefranca, el barón de Cárcel, el hijo del jefe provincial de los tradicionalistas de la región, el marqués de Laconi y varios obreros que para complicar aún más la cosa se declararon no anarquistas, sino comunistas, como el mismo edil malagueño.
Al contrario, en Galicia, con más tino, la Federación local de Sindicatos Únicos de Vigo, se negó a convocar ninguna protesta para no caer en la trampa que evidente alguien estaba poniendo para "distraer la opinión ante el caos y la desorientación política, económica y social que domina en las alturas".
La lista fue tan disparatada y extensa que cuesta detenerse en alguna provincia. Por ejemplo, en Zaragoza se clausuraron al mismo tiempo la Agrupación al Servicio de España, el Círculo Tradicionalista, nueve centros sindicalistas y hasta el Sindicato Único de Calatorao; en Valladolid pasó a prisión, junto a un grupo de falangistas el anarquista Pedro Orobón, que entonces era miembro del secretariado de la Asociación Internacional del Trabajo (AIT) y al que se le ocupó una pistola y en Bilbao también fueron encarcelados a la vez carlistas y libertarios.
En fin, durante una semana se violaron impunemente los derechos más elementales de los ciudadanos, haciendo crecer la sensación de que se había impuesto el desgobierno y si algún dirigente se levantaba con el pie izquierdo podía ordenar impunemente cualquier tropelía. Lo más grave fue que quienes pensaban esto estaban en lo cierto, porque nunca se dieron explicaciones, ni se exigieron responsabilidades y el daño a las instituciones republicanas fue irreparable.
Cuando todo pasó, el ministro de Gobernación, el galleguista Santiago Casares Quiroga sufrió uno de los peores momentos de su vida política y tuvo que dar la cara en una tímida y vergonzosa intervención haciendo bailar unos demonios imposibles. Habló de reuniones sospechosas, de movimientos extremistas "en proyecto", mezcló el fascismo con el sindicalismo y concluyó quitando importancia a lo sucedido.
En Asturias, "Región" aprovechando el río revuelto se colgó la medalla de que la persecución que habían sufrido sus corresponsales era debida a la campaña que estos venían haciendo contra la "desastrosa gestión administrativa" del Ayuntamiento de Langreo mientras los demás detenidos formaban parte de una tapadera para encubrir lo que no había sido más que una venganza personal ordenada por su Alcalde. Fue lo que hubo y así se lo cuento.

Texto de Ernesto Burgos para El Comercio 

sábado, 23 de julio de 2016

Exposición: paisajes del carbón (Museo del Pueblo de Asturias)


En 1916 la Sociedad Hulleras de Turón, que en 1890 se había constituido en Bilbao para abastecer de carbón a la boyante siderurgia vasca, encargó a un fotógrafo nacido en Madrid, de origen francés y con estudios primero en Bilbao y después en Gijón y Oviedo, unas fotografías del valle mierense de Turón, donde se acometían en aquel momento las obras de profundizacón del pozo Santa Bárbara.
Eran buenos tiempos para la minería, tanto que mientras se arrancaba la hulla del subsuelo iban naciendo viviendas de obreros, hospital, lavadero, economato o una central termoeléctrica de la mano de la propia compañía, que ejercía ese paternalismo industrial que también se advierte en otros espacios como Bustiello. Se iba, en definitiva, transformando el paisaje rural para adaptarse a aquellos tiempos en los que, en plena I Guerra Mundial, el carbón asturiano abastecía a la desabastecida Europa.
Todo ese pasado se hace presente en la exposición que se inauguró ayer en el Museo del Pueblo de Asturias y que recoge catorce fotografías de Luis Vallet de Montano (Madrid, 1858-Oviedo, h. 1936), reveladoras por diferentes razones. En primer lugar, como se encargaba de destacar el director del museo gijonés, Juaco López, por la propia calidad de las imágenes, tanto desde el punto de vista fotográfico como en lo que a su conservación y tamaño se refiere. Pero es que además son un testimonio y retrato fiel de aquel ayer hoy prácticamente desaparecido, porque muy poco se conserva ya de lo que esas fotos recogen en sepia. Y en la propia exposición se advierte ese cambio, puesto que se presentan instantáneas actuales de esos mismos enclaves captadas por Roberto Álvarez Espinedo.
La muestra se complementa con un estudio realizado por María Fernanda Fernández sobre la Sociedad Hulleras de Turón y la minería en el valle de Turón y de Francisco Crabiffosse sobre el fotógrafo Luis Vallet de Montano, que en breve estará disponible en la web del museo. A la inauguración de la exposición asistió, además de la concejala de Cultura de Gijón, Montserrat López, el alcalde de Mieres, Aníbal Vázquez. Ambos escucharon los temas interpretados para la ocasión por el Coro Minero de Turón.
Precio de entrada
- Tarjeta ciudanana: gratuito
- General: 2.50
- Reducida: 1.40
Fuente: El Comercio